Fiesta de Nuestra Señora del Rosario de Las Peñas

Livilcar, Arica, Chile

Hacia el origen serrano del Valle de Azapa, a través de sinuosos caminos y huellas que recorren la cuenca de un río, se encuentra el pueblo de Livilcar, lugar en que permanece la imagen de la Virgen del Rosario de Las Peñas. Cuerpo que sobresale, como esculpido en una inmensa pared de piedra. Refugio de la fe popular de un pueblo que la reconoce y la celebra año a año como su patrona.

Alféreces, hermandades de bailes, bandas de músicos y peregrinos del Perú, Bolivia y Chile. Afrodescendientes, de sangre indígena, pueblos costeños, pampinos y andinos. Muestra de una mixtura de expresiones rituales heterogéneas, que se suceden sin descanso a través del día y de la noche, durante el primer fin de semana de octubre.

Desde septiembre van llegado los alféreces, elegidos para preservar la vida en este santuario que solo se enciende, dos veces al año. Cerca de la fiesta van llegando los dueños de los restaurantes, la policía, los paramédicos y por supuesto los primeros peregrinos, después de una caminata exhaustiva, catalogada como una de las peregrinaciones más extremas de América Latina, llegan también músicos, con sus grandes bombos, tubas, trompetas y bajos, niños en brazos, caravanas de mulas cargan paquetes con vestimentas de gitanos, morenos y diablos, como carga sagradas para rendir el culto esperado durante un año completo.

Acá en Las Peñas no hay expresiones grandilocuentes de fe, nadie se arrastra ni avanza arrodillado hasta sangrar, esta virgen, la “Chinita” es cercana, una madre que se puede tocar, está cerca del corazón y de las manos de trabajadores y trabajadoras que se convierten en bailarines y músicos durante el universo mágico que es la fiesta del Santuario de la Virgen de Las Peñas.